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República Dominicana

Andando en Motoconcho

Una oportunidad de buscar el sustento ante la necesidad, el precio a pagar por quienes  mitad de la educación básica decidieron dejar de estudiar, el medio de transporte más común en  nuestros pueblos…. El motoconcho puede tener muchas definiciones, mil y una razones para existir pero la realidad es  día a día tenemos más motores  en las calles que aunque en su mayoría representan un dolor de cabeza para conductores de vehículos privados y autobuses también resultan ser la mejor de las soluciones el que como yo está “a pie” y no quiere someterse a la tortura y pérdida de tiempo que muchas veces implica tomar un autobús en la ciudad.

Una gran parte de los motoconchistas no tiene permiso de conducir, las reglas de tránsito para esos no son más que pura palabrería, conciben las señalizaciones de las calles como adorno para dar vida al apagado color negro del asfalto, no pierden oportunidad para cruzar en rojo un semáforo y usan los cascos de protección solo cuando van a pasar por intercepciones donde saben que hay un AMET. Por eso a veces de en vez de “mororistas” hay quienes les dicen “muerto’rita”  ya que por su imprudencia han sido protagonistas de aparatosos y lamentables accidentes. Pero como no todos son así hay quienes con este oficio en vez de perjudicar han construido sus vidas.

Historias

El Fuerte, tiene más de una década  en este oficio, generalmente prefiere trabajar en las noches para evitar las inclemencias del sol y porque hay mayor afluencia de pasajeros. Con lo que ha ganado ayudó a su esposa a terminar la universidad, ha pagado la educación de sus hijos y ahora lucha por hacer un buen ahorro para que su esposa que ya es “profesional” no se lo vaya a tener al menos.

Rafelito, concha en una parada, pero también da servicio de transporte fijo a una joven empleada en una banca de lotería, poco a poco ha construido su casa, paga la educación de sus hijos y se ha comprado un carro económico que utiliza exclusivamente para salidas familiares y algún servicio de taxi los fines de semana.

Juan, padre de dos adolescentes, aunque actualmente está separado de su compañera durante doce años  mantuvo su familia con el dinero que ganaba trabajando como motoconchista.

Ramón, pagó los estudios básicos y universitarios de sus dos hijas gracias al motoconcho, junto con el dinero que ganaba su esposa vendiendo como buhonera en el mercado.

José, es “chiripero” se la busca como  sea, y cuando no tiene trabajo saca su motor y se instala en la parada en espera de pasajeros junto a los otros muchachos.

Leonidas, ha querido dar carácter a su negocio y hasta tarjeta de presentación tiene para sus pasajeros (sí señor, un motoconchista con tarjeta de presentación).

Son muchas las historias de estos personajes  que se han vuelto tan odiados como indispensables en nuestras pequeñas ciudades,  unos luchan por buscar otro medio de vida mientras otros han hecho del oficio su vida.

Aventuras como pasajera

Viviendo en un pueblo, sin vehículo propio y con la necesidad de trasladarme todos los días a la ciudad, los motoconchistas son mi medio de transporte oficial, y junto a ellos he vivido momentos que aunque algunos pueden ser un poco embarazosos, después que todo pasa se convierten en historias muy divertidas.

–          Aparecen algunos que antes de arrancar te preguntan ¿Con aire o sin aire? Tomando en cuenta que uno va al aire libre para el que no conoce el idioma de los motoconchistas la pregunta resultaría un poco tonta, pero es para saber la prisa que llevas. Generalmente los que hacen esta preguntan suelen correr mucho, así que lo más probable es que llegues a tu destino con tremendos lagrimones fruto de la fusión de factores velocidad, viento y falta de lentes de sol  (que en estos casos a uno siempre se le olvidan).

–          Recuerdo otro día que acababa yo de llegar de la universidad  y cuando iba en el motor a mitad de camino nos agarró tremendo aguacero, y aunque siempre aparece un buen samaritano que te presta la galería de su casa para esperar que escampe un poco, se te echa a perder el cabello (me hice no sé cuantos rolitos cuando llegué a la casa y no valió) condenándote a pasar  el resto de la semana con un triste “moñito”.

–          Se encuentra uno con los que no miden la capacidad del tanque de combustible, antes de llegar a tu destino hasta la reserva se agota y si no tienes $ para pagar otro motor  te tienes que tirar el resto del trayecto en el carro de “Fernando” (un rato a pies y otro caminando).

–          Si por cosas del destino se te olvidó que TU NO TIENES CARRO y te montaste en un motor con un vestido y/o falda corta sea consciente de que por más que se cuide algo va a enseñar.

Son tantos los cuentos que tengo andando en motoconcho que he aprendido a montarme de forma segura sin tener que agarrarme del conductor (hay algunos que al parecer no son muy amigos del agua y si te abrazas de ellos te arriesgas a terminar el trayecto oliendo un  poco “raro”), a no ponerle mucha conversación a los que se le olvida que van al volante y voltean la cara para hablarte (una vez le dije a uno “si amiguito podemos conversar pero mire el camino que yo quiero llegar entera a mi casa”), NUNCA puedes tener un motorista fijo en la parada porque el día que no esté (que casualmente es el que estás mas apurada) los otros de maldad no te llevan… cuantas cosas!

Yo aunque sigo soñando con el día en que pueda cambiar los motoconchos por un Suzuki Swift  (he cambiado la marca del carro de mis sueños no sé cuantas veces y todavía los ahorros  no me alcanzan ni para una bicicleta decente) me río  de mis penurias, escucho atenta sus historias y me siento como diva en su momento de fama cuando al bajar del expreso disputan entre ellos el chance de llevarme a mi casa.

 

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