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Contrariedades

Viaje Interurbano

Era un domingo cualquiera, el sol ya rebasaba los techos de mis vecinos, 10:00 A.M., el olor a café y tostadas invadía el ambiente.

Mi carro yacía estacionado en el parqueo del edificio de apartamentos donde vivía, al tiempo de que yo me alejaba caminando.

Antes de salir, me di un súper baño, me afeité los tres pelos que me salían en la cara, puse gelatina en mi “abundante melena”, apliqué perfume y utilicé mis mejores galas, una camisa blanca manga corta, jeans levi’s muy azules y unos skippers sin medias.

Mi trayecto: un poco largo, desde el Mirador hasta la olímpica ciudad de La Vega…

El motivo: una mujer (¡Que creían Tontos!? Que era por gusto? Jajaja).

Como recordarán (ver blog anterior), mi carro sufría un embrujo, tenía un Gremlin instalado bajo el bonete, un censor de urgencia que lo hacía descomponer cuando más lo necesitaba o simplemente se encontraba aquejado por la maldición vudú que mi bici desde el cuarto de los corotos le aplicaba, por lo que esa mañana no tomaría el riesgo de utilizarlo para esta travesía.

Me tocó caminar hasta la Churchill donde tomé un carro público rumbo a la Kennedy, allí abordé otro que me dejó en la parada del Kilómetro 9 de la Autopista Duarte.

Ya en la central de autobuses enfilé al departamento de información, el cual no era más que una mesa y un moreno con panza de sargento del departamento de tránsito (PRE-AMET), cuyo único mérito era ser miembro de alguno de los sindicatos que luego se fusionó para constituir lo que hoy conocemos como los infaustos “Fenatrano” o “Conatra”

Allí pregunté donde estaban las guaguas que iban hasta La Vega, el tipo mientras deglutía en un plato de foam su desayuno dietético, compuesto por espaguetis con mucha salsa, pedacitos de salami y tostones, me explicó cuales eran.

Mi corazón saltó de alegría todo porque estaba a punto de iniciar una aventura bien planeada, que me llevaría a ante la presencia de “mi amada”.

Me paré frente a los tres minibuses que me había señalado.

Como había un tumulto, entré en el que estaba al final de la línea, pensando que por ley de probabilidad me iría mejor en ese.

Por cuestiones de seguridad, ocupé la última de las filas para esperar a que se llenara y partiéramos.

Duré como 45 minutos sentado en el minibús, todo bajo el sol de nuestro verano caribeño.

Eran aproximadamente las 11 A.M., ya mis glándulas sudoríparas estaban en plena acción librando una batalla campal contra el desodorante Ban Rolón que me unté antes de salir.

Esta situación me hizo preocupar, porque había abusado del perfume con la intención de que aguantara el trayecto (olor a sudor + perfume ¡que fuerte!), metí mi mano derecha bajo la axila para comprobar la situación, al posarla sobre mi nariz constaté que por suerte todo aun se encontraba dentro de los estándares normales.

Al fin los otros dos minibuses se llenaron y la gente comenzó a abordar el mío.

Junto a mi se sentó un señor de aspecto muy humilde con un niño idéntico a él en piernas, cuando lo vi, le di gracias a Dios debido a que su carga era humana y no animal como la del hombre que se encontraba dos espacios frente a nosotros, quien llevaba dos gallos vivos amarrados y una caja con hoyitos que se movía constantemente.

Cerca de las 12 el chofer hizo aparición, encendió el vehículo y tomamos la autopista, calculé arribaría a mi destino a más tardar a las 2:00P.M.

Todo transcurrió con total normalidad hasta que llegamos al K.M. 28 (al peaje), esto porque tanto el padre como el hijo se estaban dejando vencer por las fuerzas de Morfeo y la ley de gravedad hacía que ambas cabezas se recostaran del blanco hombro de mi camisa.

Al escuchar la respiración del niño, por ser yo un asmático veterano, supe que algo andaba mal y me alarmé!

Separé su cabeza de mi hombro y lo observé con detenimiento.

Mis temores fueron comprobados, de su nariz brotaba una solución extraña con aspecto a cera verde recién derretida.

Miré mi hombro y comprobé que ya no era tan blanco, rastros de secreción con tono esmeralda habían hecho una adquisición hostil de mi camisa, creo que fue la primera vez que utilicé mi tan celebre y repetida frase que dice ¡ESTO NO ME PUEDE ESTAR PASANDO A MI!!

El niño me había convertido en una cepa contagiosa al servicio del virus de la Influenza Humana, me puse paranoico, miré para todas partes temiendo que como en la película Outbreak un grupo comando del US-ARMY bajo las ordenes de Dustin Hoffman y Morgan Freeman, viniera por mi retaguardia a controlar el brote que portaba.

Debo confesar que a pesar de la histeria que me invadía, por temor no me atreví a despertar al padre, así que me tocó ponerme en guardia para evitar que el infante posara su nariz de nuevo sobre mí.

En esa lucha llegamos a Plaza Jacaranda, el chofer se estacionó y gritó “15 minutos”, tras lo cual todos los pasajeros incluyendo al mocoso salieron en estampida, unos con destino al baño entre los que me encontraba yo y otros al área de comida.

Frente al espejo traté de limpiar el desastre que portaba, pero lo único que logré fue ponerlo peor, decepcionado salí de la plaza sin comprar nada, el hambre se me había quitado.

Regresé a mi lugar, para mi desgracia todos retornaron a sus puestos originales, miré a mi derecha, ahí se encontraban ambos, pero esta vez con un cargamento de comida para llevar.

El menor tenía la cara totalmente engrasada, portaba en sus manos desnudas un muslo de pollo completo, ya saben, el corto y el largo, con aspecto de “V” muy mojadito, el papá por su parte para terminar de joder, tenía una bolsa de papel con motas de aceite cuyo contenido no era nada más ni nada menos que longaniza frita!.

Ambos olores tomaron el control del minibús. ¿Alguna vez han estado dentro de una cocina mientras hacen un sofrito para la comida? A eso olía!

Se metieron toda la comida. El niño trató de tirar el hueso por la ventana, su trayecto de vuelo incluyó el área que yo estaba ocupando, para hacer honor al viejo Murphy y su tan sabia ley, el hueso chocó con el borde y terminó en mi pantalón!

Para cuando llegué a La Vega, toda mi ropa se encontraba sucia de secreción nasal y grasa de pollo, mi cuota de desodorante era una baja de guerra en la batalla frente al sudor y el perfume se encontraba mezclado con todo lo demás.

Mi noviecita al verme se puso contenta, salió disparada en mi dirección a darme un buen abrazo, tras lo cual puso cara de rechín, se fue a una de las habitaciones y me trajo un t-shirt (así de evidente).

Al finalizar el día debí repetir la operación para regresar a la capi, me juré en el trayecto que jamás volvería a viajar de esa manera. Inocentemente había olvidado que la necesidad tiene cara de hereje y que mi situación automotriz no variaría en un horizonte cercano.

Los amores continuaron, por lo que El DOMINGO SIGUIENTE y muchos, muchos otros más…, repetí mi viaje!!Quieren que se los cuente??

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